EL TIO PEPE
La noche pasada asistía a la inauguración de la XIII edición
de Cabanyal portes obertes donde compre uno de los 1000 ejemplares del libro
que la editorial media vaca a publicado con este motivo, en el se recopilan
algunas historias y anécdotas que cuentan la gente del Cabanyal , le eche una
ojeada y note a faltar alguna mención a un personaje que para mí fue muy
peculiar y estoy seguro que si aun viviera estaria en todos los fregaos que
organiza la plataforma .
El tío Pepe el de las bicis yo lo conocí porque le llevaba
las ruedas de mi Puch cobra para que me ajustara los radios, recuerdo que tenia
el taller lleno de trastos aparentemente inservibles pero el de alguna forma
les sacaba provecho, también recuerdo que tenia una jaula donde dentro tenia
una pajarita de papel con un bocadillo como el de los comic donde ponía Pio!!! Me puse a buscar una foto suya por
Internet y encontré este articulo que recomiendo a todo el que alguna vez
sintió simpatía por este barrio marinero y su gente.
Va por el , pienso
que se merece un recordatorio.
rectifico si que esta la historia de dicho personaje,
BICICLETES
no se como se me paso,
bueno si que lo se que no
lo mire bien y como soy un poquillo atolondrao
pues clave la pateta pero como dice
Rajoy con el asunto
de la tele rectificar es de sabio mea culpa
pero no dimito he que se sepa.
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ARTÍCULOS DE OPINIÓN EN
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El Tío Pepe
cabalga de nuevo
MANUEL TALENS
Cuando menos lo esperéis, os sorprenderá al pasar cualquier domingo por las
calles del casco antiguo de Valencia, vestido de forma estrafalaria y
ondulando en el asfalto sobre una bicicleta disfrazada de barquito de papel
o de caballo cascabelero. Galopará fugaz junto a vosotros sin mirar a
izquierda ni a derecha, aparentemente ajeno al caos del tráfico ciudadano.
Se llama José García Ballester, aunque todos sus amigos -y tiene muchos- lo
llaman el Tío Pepe.
Es hijo del Cabanyal, donde nació el año 1921. Cató diferentes oficios en
la España desahuciada de la posguerra: labriego, transportista, descargador
de muelle y empleado en una fábrica de jabón. Al final, sacó provecho a su
destreza infantil de arreglador de ruedas y, hasta el día que le tocó
jubilarse, fue mecánico de bicicletas con taller propio en la calle del
Rosario.
Pero a la inversa de lo que sucede con la mayoría de la gente, José García
Ballester encontró su verdadera vocación en la cuesta abajo de la vida.
Ocurrió hace casi veinte años de manera imprevista, cuando un cliente suyo
apepinó la rueda de su moto en un golpe frontal y se la trajo para que la
arreglara. Las ondulaciones a que daba lugar le hicieron tanta gracia a
nuestro amigo que decidió ensayarlas “científicamente” en una bicicleta de
su propiedad. Para que el invento funcionase sin problemas, discurrió, era
necesario que las ruedas siguieran siendo circulares. Buscó entonces la
sensación de galope desplazando el eje fuera del centro. Aquello, claro
está, creó problemas aerodinámicos que lo obligaron, entre otras cosas, a
instalar frenos de tambor. Cambió medidas, desvió radios, reforzó el
cuadro, adaptó el sillín y terminó por crear un artefacto original, híbrido
a mitad de camino entre la bicicleta y el cachivache de feria que, por lo
extravagante de su diseño, desafiaba las leyes de la Física y del sentido
común. Él entonces no lo sabía, pero la mañana que salió a darse una vuelta
montado en su aparato por la plaza de la Reina, estaba dando cuerpo al
primer borrador de uno de esos personajes que hoy alegran el escenario de
las calles de Valencia.
La bicicleta saltarina fue evolucionando poco a poco. Llegó a ser toro de
lidia, caballo, barca y carricoche, amenizada siempre con banderitas,
cencerros o platillos que orquestaban su avance con un jaleo de verbena, y
el jinete comenzó a adaptar su indumentaria para cada ocasión: sombrero de
copa, gorra de capitán o escupidera con penacho de plumas. Surgieron
también los epígrafes que lleva escritos y que tanto gustan a la gente: “Si
quieres llegar o viejo, mueve el pellejo”. O bien: “Haga frío o calor, con
bicicleta se viaja mejor”. O ese con doble sentido: “El que mueve las
piernas, mueve lo otro”.
Eterno entusiasta, bautizó su casa con el nombre de Villa Quitapenas. Ahora,
con setenta y cinco años bien llevados, concurre los domingos y festivos a
su cita teatral y, por el mes de enero, el día de san Antonio, monta en el
“caballo” y acude a la parroquia para que se lo bendigan junto con los
otros animales del barrio. En ocasiones rebasa su entorno, dejándose caer
por alguna celebración popular: en Sueca lo han visto varias veces durante
la fiesta del arroz. Los ecologistas lo buscan, los niños lo adoran y los
extranjeros gastan carretes por docenas haciéndole fotografías. Pertenece a
una especie cada vez más rara, la de aquellas criaturas cuya singularidad
les brota de manera espontánea y no es utilizada para obtener beneficios.
Disfruta cuando los paseantes le hablan y rechaza cualquier tipo de
ofrecimiento monetario. Vive de lo que tiene y se conforma con que lo
quieran. No es un actor, sino un artista, un ninot viviente salido
de una falla imaginaria y, a su modo, se ha convertido en un reclamo tan
imprescindible como el Miguelete.
Este fanático de la tracción a pedal se encuentra a la misma altura en mi
estima que el Ratón Pérez, que los Reyes Magos o que Peter Pan, y cuando
los domingos holgazaneo sin rumbo fijo, albergo siempre la secreta
esperanza de verlo surgir por la torcedura de una bocacalle, endulzándome
el día con su aspecto desaliñado. Y cada vez que leo los nombres insípidos
de entelequias retóricas con que funcionarios poco imaginativos y de
cerebro crudo van apellidando las nuevas arterias de la ciudad -esa Calle
de los Derechos Humanos o aquella Avenida de la Constitución-, pienso que
un chiflado tan cuerdo como José García Ballester ha hecho ya todos los
merecimientos necesarios para que el Carrer del Tío Pepe se haga realidad y
se eternice en el callejero de Valencia, ya que el abuelo de Villa
Quitapenas es como aquellos vaqueros maravillosos que aparecían en las
películas de John Ford y que, al salir del cine, nos dejaban el deseo
vehemente de volver a entrar para verlos cabalgando de nuevo.
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EL PAÍS-Comunidad Valenciana, martes 30 de
enero de 1996.
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Recuerdo que cuando llevabas tus ruedas a reparar,allí estaba sentado en un "cojín" en el suelo con su mazo de plomo intentando enderezar una rueda con el tacto fino que solo el tenia.
ResponderEliminarRecuerdo su "agenda telefónica" del tamaño del portón de entrada a su taller,(todos los telefonos escritos a tiza)con los nombres de las más prestigiosas marcas de motos del momento que le llevaban a reparar sus llantas,"un genio" en lo profesional y en lo persona, un personaje del Cabañal para tenerlo en el recuerdo de todos. El el portal de su taller tenia un televisor que en su interior tenia jilgueros cantores y junto a estos una fuente en la que se podia leer la leyenda "el chorro que no chorra ni es chorro ni chorra", como digo, un fenomeno.